Por Pedro Alfaro, Fundador de Musical Thinkers.
Si existe una condición para que la música suene bien y cumpla su misión de despertar a la persona interiormente, de emocionarla, es la actitud de servicio: servicio hacia el oyente y servicio hacia los propios miembros de una agrupación.
Cuando una agrupación musical se sube a un escenario adquiere un poder casi absoluto sobre el silencio. Es un poder frágil y pasajero, basado en un acuerdo con el público que acepta escuchar sin apenas intervenir, pero en definitiva un gran poder, pues el sonido tiene posibilidades infinitas de ser moldeado.
Hay músicos que utilizan ese poder para mostrarse a sí mismos y acaparar toda la atención posible, convirtiendo sus actuaciones en una constante demostración de habilidades. De esas actuaciones uno puede sacar la conclusión de “qué fenómeno este músico”, o “qué pesado…”. No obstante, cuando el músico se impone sobre el mensaje y el público, lo normal es que la conexión emocional, a pesar de una gran muestra de capacidades, sencillamente no exista.
Existen por otra parte músicos y agrupaciones que comprenden que su objetivo, su mensaje, está por encima de ellos. Pueden ser menos habilidosos o hacer menos muestras de habilidad, pero en su actitud humilde de servicio se convierten en partícipes de una realidad abierta a la que el público puede tener un acceso más directo. En estas agrupaciones el equilibrio entre la escucha y la participación es fundamental, así como la fuerza que adquiere el compartir un mensaje profundo, que finalmente es percibido por el público a través del misterioso cauce de las ondas sonoras, que llegan a los oídos y corazón de buena parte del público sensible.
Este equilibrio es en gran medida parte elemental de la magnitud del arte musical: tocar o cantar es servir. Servir con humildad, pero si es necesario también con firmeza, en función del mensaje que se interpreta en la partitura. El líder sirve a la orquesta o al coro intermediando entre el mensaje profundo de la música y los integrantes de la formación. Cada músico o cada cantante sirve al que tiene a su lado y se apoyan los unos en los otros. Cada sección sirve a la que tiene al lado, apoyándola, complementándola o llevando la melodía principal con humildad, y todos juntos sirven al público, que a su vez con el respeto al silencio sirve a la agrupación.
El autor por su parte, al componer, sirve a aquella inspiración que le ha hecho vibrar y que intuye hará vibrar a otros. Los músicos también están al servicio de ese mensaje.
Cuando todos están al servicio de todos, entonces se produce el milagro de la belleza. Es por ello que la música nos muestra el camino de una sociedad basada en el servicio y no en el ego, la reivindicación y las luchas de poder, que tanto socavan y hieren el alma humana.